jueves, 17 de febrero de 2011

Richard Yates, de Tao Lin



Frente a la novela Richard Yates de Tao Lin, que desembarca en España de la mano de Alpha Decay, caben dos reacciones distintas; la primera odiar a Lin, odiar la novela y todo lo que el autor pueda producir de ahora en adelante. Podríamos alegar entonces que sus personajes son demasiado aburridos, que no llega a pasar nada, que las escenas se repiten monótonamente hasta el infinito, que Tao Lin no sabe escribir y que acaso es demasiado vago para hacerlo.

La segunda sería considerar que Richard Yates es algo relativamente nuevo y rompedor - aunque vivamos inmersos en el constante pulso entre la ruptura y el escepticismo posmoderno a la innovación, y que no nos creamos que nada pueda ser nuevo porque hubo un egipcio hace tres mil años que ensartó cuatro hojas de plátano y escribió algo parecido a lo que Lin practica-. Sin embargo, Richard Yates me gusta porque, dejando de lado la polémica de si es aburrido o superficial (que no lo es), claramente es hijo de su tiempo; y cuando digo de su tiempo digo de mi tiempo. De los pocos personajes de la novela, quizás el más importante y el que actúa como vínculo de todos los demás y como máquina catalizadora de la narrativa es precisamente el chat y la bandeja de entrada de Gmail (en estados unidos ya no utilizan el rústico chat de FB). Es decir; donde antes había un diálogo ahora hay un mail, por lo que me gusta pensar que en realidad, al menos las tres cuartas partes de la novela transcurren en el más profundo de los silencios (dejando de lado el murmulleante sonido de un teclado frenético).


Los personajes de Richard Yates no hablan, sino que se escriben, se mandan mails, se hacen dibujos con el paint, realizan las compras por Ebay y buscan piso por internet. Richard Yates es una de las primeras pruebas (y aquí me pondré un poco neo-futurista) de que el nuevo espacio performativo (donde suceden las cosas y donde se mueven) es Internet, es decir, que lo digital ganó finalmente a lo analógico. Y además, Richard Yates demuestra como eso no es solamente una postura que ciertos cuarentones que se pasan el día hablando de Internet adoptan en sus formas más hiperbólicas para no quedarse atrás, sino que es algo que se lleva puesto y que fluye. Comentaba I.Berlín en una entrada a su blog, que era interesante ver cómo el espacio narrativo se había trasladado de la ciudad a la red en los últimos años. Pues bien, la principal diferencia de Richard Yates con las novelas que pretenden encarnar esa idea a la fuerza es que Tao Lin nunca se planteó la escritura novelística como manifiesto pro-nuevas tecnologías, sino que ésta es consecuencia directa y natural de su vita internauta; es decir, que no es la narrativa la que se ha mudado de lugar sino la vida misma, como bien apoyan los personajes de la novela con su modus vivendi online. Por lo que eso mola pero a la vez no es lo principal (o al menos lo único) interesante/bueno de la novela de Lin.


Los personajes de Richard Yates no son ni grises ni aburridos ni mucho menos llanos. De hecho sorprende ver cómo a través de conversaciones aparentemente superfluas y Anti-literarias en el rentabilizado chat de Gmail, se va desarrollando poco a poco un complejo tejido emocional y existencial que ahonda paulatinamente en nuestra percepción de la psique de los dos protagonistas. Y cuando digo anti-literario saco otra vez el tema de relación realidad-escritura y la desmitificación de lo literario que se desprende (no que propone) Tao Lin en su novela: la idea del carácter mimético de la realidad. Porque Dakota Fanning y Haley Joel Osment hablan como nosotros y por los mismos canales y comparten las mismas angustias, por lo que lo que uno podría preguntar si el término literario (tal como lo entiende cierta gente) no debería mutar one-step-forward (lo que sin duda hará). También es cierto que las escenas de la novela pueden repetirse y ser aburridas pero eso es lo que viene a ser la cotidianidad; gran parte de nuestros sentimientos condicionados por ese mail que no llega o por esa contestación no esperada mientras el sujeto no se mueve físicamente de su mesa.


(Nota 1: esto no viene a defender toda la mierda que algunos autores nos han querido vender desde sus epifanías digitales y que sólo pueden recordarme al cartón piedra más vulgar).


Acerca del pulso analógico-digital, es interesante ver cómo los mismos personajes de la novela son conscientes de cómo las nuevas tecnologías inauguran un territorio paralelo en el que dejan de ser esas mismas personas que son en sus habitaciones y pasan a ser otras distintas. Hasta llegar al punto de que sólo se comprenden online y fracasan en sus encuentros en tierra; Haley Joel Osment llega a afirmar que sólo le gusta Dakota Fanning cuando piensa en ella a través de sus mails, pero cuando la ve en sus visitas a Nueva Jersey, se decepciona. Ése es el drama y la tragedia de Richard Yates y lo que hace que no sea una novela tonta, vaga y superflua, sino algo tan complejo como las mismas relaciones que se establecen entre sus personajes (que vienen a ser dos). Algo, que si se me permite, tampoco es que sea demasiado nuevo (más allá de que se vehicule a través de medios propios del s.XXI). Es la misma fascinación y desconcierto que siempre nos hemos causado nosotros mismos como Seres Químicos.

La forma muta, el problema es el mismo.

(Nota 2: destacar el pathos y lo universal de Richard Yates a diferencia de ciertas obras mayoritariamente españolas que olvidan lo universal y copian solo la forma. Eso es Patético y neo-futurista. Sentir por Internet el mismo orgasmo que los futuristas por el motor en vez de utilizarlo y vivir con él. Pero ya sabemos que el provincianismo es uno de los rasgos principales de los españoles, así que tampoco cabe enfadarse demasiado.)


(Nota 3: destacar la traducción de Julio FT al castellano).


Enlaces de interés:


http://www.elboomeran.com/blog-post/117/10353/edmundo-paz-soldan/tao-lin-y-el-nuevo-minimalismo/

http://www.alphadecay.org/libro/richard-yates

1 comentario:

Inca dijo...

Enhorabuena! Vale por un libro gratis!! -de Alpha Decay, of course.